La tradición clasicista se manifiesta en diferentes tendencias. Así, a principios del siglo XVIII la llegada a Cantabria, desde Asturias, de arquitectos como Gregorio de la Roza, introduce un influjo claramente palladiano que se plasma, por ejemplo, en la fachada de la Sala Capitular de la Colegiata de Santillana.

Otra tendencia clasicista será la aportada por el arquitecto Francisco de la Herrería Velasco. Son edificios de dos alturas, con fachadas de sillería y soportal con arcos de medio punto preferentemente. Esta tendencia queda patente en varios edificios en Santillana, como el Ayuntamiento o la casona de la familia Barreda, junto a la torre de Don Borja, por citar dos ejemplos. También los barrios de Mercadillo y Vitote en Liérganes ilustra perfectamente esta tendencia clasicista.

El clasicismo decorado procedente de la Ribera del Ebro queda patente en la Casona de Miera Rubalcaba en Liérganes. Esta casona cierra su huerta mediante un muro que en su lado noroeste muestra un esquinal, la llamada Cruz de Rubalcaba, con las armas de Miera, Rubalcaba, Velasco, Riba y Agüero. Otro ejemplo similar es el Palacio de Benemejís en Santillana del Mar.

En los primeros años del siglo XVIII aparece en Cantabria el pleno barroquismo importado de los focos castellanos como el salmantino. Ejemplo representativo de esta corriente decorativista es el Palacio de Soñanes en Villacarriedo.

Otra influencia barroca más se plasma en El Palacio de Elsedo en Pámanes, considerado como el edificio más importante de los realizados en Cantabria durante el siglo XVIII.