El Intendente Riaño
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2010.  BICENTENARIO  DEL  ILUSTRADO  MARINO  Y  MILITAR:

EL  INTENDENTE  CÁNTABRO  JUAN  ANTONIO  DE  RIAÑO

Resulta paradójico que la singular y extraordinaria trayectoria de Juan Antonio de Riaño y de la Bárcena haya sido tan escasamente estudiada y especialmente en España. Como bien expresó Benito Pérez Galdós, la historia de España no sólo la componen batallas y protagonistas, sino otros muchos actores no tan conocidos, como es el caso del cántabro, el Intendente Riaño. Mientras que el general Bernardo de Gálvez, forzando la entrada a la bahía de Pensacola (Florida, EE.UU.) en su bergantín Galveztown es relativamente conocido, los otros militares españoles que también participaron en este episodio de l781 son virtualmente unos desconocidos. Hecho especialmente relevante en la historia del Intendente Riaño durante la contienda de la independencia de América del Norte. Por el heroísmo demostrado por Gálvez, el rey Carlos III  le permitió añadir a su escudo de armas, réplica de la nave Galveztown, el lema “YO SOLO”, pero veremos que él no forzó la bahía solo, sino acompañado por el teniente de fragata Riaño a bordo de su balandra Valenzuela, nombre en honor de María de la Concepción Valenzuela – tercera esposa de José Gálvez, marqués de la Sonora, poderoso ministro de Indias y tío de Bernardo. Al fallecimiento de José en Madrid, su viuda se trasladó a un palacete en la esquina de la antigua calle Ancha (San Bernardo) con Reyes, conocido como el palacio de la Sonora y actualmente Ministerio de Justicia.

El Intendente, pertenecía al clan familiar de los Riaño, cuyo origen se remontaba a la cercana villa de Riaño. En los primeros años del siglo XVI, la familia se trasladó a este pintoresco lugar que nos encontramos, Liérganes, y donde quedó profundamente arraigada. Lugar poblado de nobles casonas ornadas con vistosos escudos heráldicos y donde nació nuestro personaje en mayo de l757 de acuerdo con el libro de bautismos conservado en la iglesia parroquial.

En la parte superior de la fachada de la casa solar de los Riaños sobre la puerta de entrada se encuentra el escudo familiar: dos castillos y dos flechas bajo una corona adornada de plumas, escudo sobrepuesto sobre la cruz de Santiago, orden a la que pertenecía la familia. Como he podido comprobar la edificación de piedra, tan característica del lugar ha sobrevivido hasta nuestros días y según consta en documentos y por los lugareños es conocida como la casa del Intendente Riaño, aunque parece que en tiempos del Intendente la vivienda estaba provista de bodega y tierras de labranza, que hoy en día han desaparecido. Los padres de Juan Antonio fueron Rosa de la Bárcena y Juan Manuel de Riaño, quien ostentaba en aquel entonces el cargo municipal de alcalde y juez, como tan justamente quedó descrito en las obras Liérganes y Cudeyo del historiador local Fermín Sojo y Lomba. Posteriormente el padre fue nombrado caballero en la prestigiosa Orden de Malta, ocupando el cargo de gobernador de las provincias de Modica y Montalto en la parte suroriental de la isla de Sicilia (Italia) donde falleció en l784 cuando su hijo se encontraba destinado en Luisiana. Juan Antonio sólo tuvo una hermana Clara, casada con su primo, el doctor en derecho Juan Ramón de los Cuetos y Rubalcaba, diputado de provincia y fundador de los cercanos baños de Solares, entroncando las dos familias, Riaño y Cuetos, con vínculos de apellido en Liérganes.

Con los años Juan Antonio creció como cualquier joven cántabro de su clase, recibiendo una educación familiar, “adornada en la Lengua Latina y Filosophia Escolástica con dotes de buenas costumbres y buena crianza” como figura en los “papeles calificativos de Nobleza e Hidalguía”, propios de la vida intelectual de la familia. Parece que en esas fechas existían en Liérganes auge económico y cultural que pudieron ayudar a la formación del futuro ilustrado. Con catorce años pensó en ampliar su educación e ingresó como cadete en la Real Compañía de Guardias Marinas de Cádiz, con el plan de estudios más avanzado de la época y donde prestigiosos científicos destacaron como profesores y fundamentaron el saber de los alumnos, como fue el caso de nuestro personaje. Al graduarse tuvo su bautismo de fuego cuando fue comisionado con el empleo de alférez de fragata a la expedición en el norte de África, donde corsarios moros constantemente hostigaban las naves españolas y causaban graves problemas. Carlos III, desesperado por los acontecimientos, decidió poner fin a estas continuas incursiones y ordenó el asalto a la plaza de Argel en 1775. Riaño embarcó en Cádiz para unirse a la flota que había partido de Cartagena, bajo el mando y jefe de esta armada el almirante Pedro González de Castejón, pudiendo considerarse como una majestuosa y potente fuerza naval para esos días, compuesta por más de cien buques. El ejército terrestre de unas 22,000 almas iba al mando del general Alejandro O’Reilly, con un excelente palmarés en las campañas del valle del Misisipi, Luisiana y Florida Occidental (EE.UU.). Desgraciadamente su actuación al norte de África no estuvo a la altura de sus victorias en las campañas contra los criollos de Nueva Orleans seis años antes. El ataque español a las costas africanas resultó un fracaso, dado que los argelinos estaban sobre aviso y forzaron la invasión, y como bien afirmó O’Reilly al término de la campaña: “fue el día más largo, cuando 2,000 españoles cayeron muertos y muchos más heridos”. Aunque, gracias a la pericia del oficial naval Riaño, quien sólo tenía 18 años, muchos supervivientes pudieron ser rescatados por su barco,. Su exitosa carrera naval acababa de comenzar y así continuó cuando tres años más tarde ascendió a alférez de navío, que bien puede considerarse sorprendente, al no contar con influencia especial en la corte para este reconocimiento. Obviamente sus superiores le tenían en muy alta estima.

Tras la declaración de hostilidades entre España y Gran Bretaña en  l779, Riaño fue enviado al servicio del gobernador del vasto territorio de Luisiana, el general Gálvez, quien sin recibir órdenes de la Capitanía General de Cuba acometió con apenas 500 hombres una brillante campaña militar y desterró el peligro británico de Nueva Orleans tras las victoriosas batallas a las fortificaciones de Bute en Manchac, de New Richmond en Baton Rouge y de Panmure en Natchez, a lo largo del Misisipi.  La experiencia naval de Riaño fue importante en estas campañas que ayudó a limpiar el río para la navegación y permitió a España suministrar con dinero, víveres y municiones a las trece colonias americanas del coronel George Morgan, aguas arriba en el fuerte Pitt como bien lo reseñaba la Gazeta de Madrid.

El siguiente objetivo español dentro del teatro de operaciones fue el fuerte costero inglés Carlota y toma de Mobila, a unos 200 kilómetros al este de Nueva Orleans en el Golfo de México. Riaño a pesar de sólo contar 22 años, pero a quien el gobernador le tenía en muy alta consideración, fue nombrado jefe de pilotos de su flota. Así a primeros de l780 las embarcaciones españolas partieron bajo su mando, una expedición de unos 800 hombres que condujo y guió con pericia por las peligrosas aguas del Misisipi desde Nueva Orleans hacia su desembocadura oriental. A esta fuerza naval de Riaño se le unirían unidades de otros regimientos procedentes de La Habana bajo el mando de José de Ezpeleta, otro veterano de Argel y quién como Gálvez había sufrido lesiones en la contienda. En los primeros días de febrero cuando la expedición del cantabro a bordo de la Valenzuela se aproximaba a la bahía de Mobila sorprendió alejarse a un buque británico. Sospechando que se trataba de una nave con dirección a Florida, Riaño la captura antes que alcanzase el puerto de Pensacola e informase del plan español, el ataque al fuerte Carlota y toma de Mobila. No sólo cumplió con éxito la misión encomendada, regresando con la embarcación y su tripulación sino, incluso, era portador de la noticia, revelada por un oficial británico, de que una gran fragata se encontraba anclada en la bahía. El joven alférez ante esta comunicación reaccionó, y pidió hacerse a la mar en un galeote y tres lanchas en un esfuerzo por capturar la fragata enemiga. Aunque contó con la autorización, el azar no estuvo de su lado, y la maniobra se vio impedida por la oscuridad de la noche, causa por la que encallaron y muy a su pesar se vio obligado a regresar y reincorporarse al resto de la flota.

Repuestos de este intento, pocos días después las tropas españolas, tanto de tierra, como la marinería, volvieron a atacar la bahía y plaza de Mobila. El propio Riaño se hizo cargo del cañón del buque y sirvió como un artillero más en el asedio. Desafortunadamente a la caída de la tarde, un fuerte huracán provocó serios daños y destruyó gran parte del armamento y de los víveres españoles, aunque pronto y a pesar de las adversidades, la fuerza superviviente pudo volver a reunirse y establecer una cabeza de puente. Con la llegada de los refuerzos terrestres al mando de Ezpeleta, el bloqueo al fuerte Carlota a la entrada de la bahía quedó asegurado y la fortificación en situación crítica, abandonada a su suerte, por lo que los españoles decidieron enviar al teniente coronel Francisco Bouligny para influir en su amigo el coronel británico Elías Durnford a la rendición de Carlota. Oferta que el oficial británico  “respetuosamente” la rechazó y las hostilidades volvieron a reanudarse, hasta que un fuerte bombardeo de la embarcación de Riaño hizo que Durnford recapitulase y rindiese el fuerte Carlota. Gálvez estaba especialmente contento con la habilidad táctica de nuestro personaje, proponiendo su ascenso a teniente de fragata.

Con la toma de la plaza de Mobila, Riaño y otros oficiales se trasladaron a La Habana para preparar con las autoridades en Cuba la conquista de Pensacola, el siguiente objetivo de la corona española -- el bastión inglés que faltaba por conquistar en la costa del golfo. Aprovechando su estancia en La Habana Riaño cumplió con éxito algunos despachos secretos de sus superiores a diversas unidades españolas estacionadas en el Caribe. Mientras que esta estrategia se desarrollaba en el continente americano, otro teatro de operaciones contra el poder británico tenía lugar en Europa, el asedio a Gibraltar. Tras su triste fracaso, muchas de las unidades fueron trasladadas a Cuba con el fin de participar en el próximo proyecto, la toma de la plaza de Pensacola, estrategia que hacía a los británicos mantener dos frentes en América: al norte contra los patriotas americanos y al sur en Luisiana, Florida y Caribe contra la corona española.

Tras dos fallidos intentos de asalto a Pensacola, debido al recio temporal, Riaño al mando de sus buques partió de La Habana. Su destino era la isla de Santa Rosa, barrera natural a la entrada de Pensacola, donde habían acordado concentrarse la totalidad de las unidades españolas. Nada más desembarcar en la isla se trasladó a punta Sigüenza al oeste donde acamparon. Con las primeras luces del amanecer comprobaron que no estaban solos y capturaron en dicha punta tres cañones y dos lanchas británicas con una tripulación de siete marinos, que se habían trasladado a dar de pastar al ganado.

Acampada y asegurada la tropa en la isla, Riaño de nuevo se hizo a la mar abordo de la Valenzuela para inspeccionar la embocadura de la bahía y estudiar la estrategia a seguir. Con sorpresa comprobó que sólo tenía 22 pies de calado en vez de los 24 que las autoridades cubanas le habían confirmado. Pero a pesar de esta escasa profundidad y debido al constante fuego de las temidas baterías británicas de las Barrancas Coloradas a la entrada, frente a Punta Sigüenza, y unido al fuego de las fragatas Mentor y Port Royal ancladas en el puerto, Gálvez con la recomendación de su oficial naval Riaño decidió forzar la entrada y alcanzar Pensacola. Acción a la que se opuso con serias reservas el jefe naval, el comandante  José Calvo de Irazábal, quien acababa de arribar abordo del navío San Ramón y encallar en su fracasado intento de conducir la flota dentro de la bahía.

Esta actitud poco colaboradora de la armada enojó a Gálvez, quien decidió actuar por su cuenta, sin el apoyo naval. Aprovechando que el Galveztown, la Valenzuela y las dos lanchas armadas estaban bajo su mando y no del comandante Calvo, pensó que podía y debía tomar una rápida decisión. Además a este ambiente hostil se unían las pésimas condiciones bajo las que ya vivía la tropa en Santa Rosa, que pronto se verían agravadas con la llegada de las unidades terrestres de Mobila de donde Riaño había regresado con la noticia de su pronta llegada. La escasa seguridad que la flota gozaba en las agitadas aguas del golfo, debido a la posibilidad de un huracán era otra preocupación condicionante, y así coincidiendo con este cúmulo de adversidades y ante la negativa del comandante Calvo a su apoyo, la hora de una acción firme había llegado. A esta decisión había que añadir el intercambio de mensajes despectivos entre ambos servicios, Gálvez y Calvo, que Riaño había sido portador.

El conjunto de estos hechos motivó a Gálvez mandar a Riaño preparar la Valenzuela, más las dos lanchas cañoneras. Listas las embarcaciones y tras arbolar el Galveztown la bandera y al son de corneta partieron para la entrada a la bahía de Pensacola. Las baterías de las Barrancas Coloradas rompieron fuego cayendo directamente sobre las naves españolas, pero eso no les hizo retroceder hasta arribar al mismo puerto. El resto de la fuerza española que presenciaba desde plena mar la operación, rompió en grandes salvas. Fue un éxito. Episodio detalladamente descrito en el diario de Pensacola.

Carlos III como recompensa de tan heroico acto concedió a Bernardo de Gálvez el título nobiliario de vizconde de Galveztown y como dije al principio el permiso de añadir a su escudo el lema ”YO SOLO” con una flor de lis de oro en campo azur, distintivo de Luisiana por antigua concesión del rey de Francia. Gálvez obtuvo su honor por su épico acto, pero desgraciadamente, como muchas veces ocurre, la actitud también heroica del teniente Riaño en su balandra Valenzuela quedó olvidada. Desde el punto de vista de Gálvez “YO SOLO” significaba que él había cruzado la bahía sin el apoyo naval, sin embargo, la historia nos demuestra que el oficial naval Riaño también participó, desafiando las baterías británicas al tiempo que atravesaban el banco de arena. Sé por algunos amigos oficiales navales que siempre agradecen que florezca la verdad de esa acción, quizás debido a la rivalidad entre ambos servicios en aquel tiempo. Gracias a conmemoraciones como la que hoy nos ocupa, se esclarecen y hacen un poco de justicia algunos hechos. A lo largo de la historia, Riaño ha sido uno de los militares menos estudiado, aunque por documentos que me ha facilitado su descendiente Carlos de Riaño he comprobado que existe un floreciente interés por su figura en México, así como alguna tesis doctoral por la Universidad de México.

Con la exitosa entrada de las embarcaciones de Gálvez y Riaño en la bahía, la escuadra española siguió el ejemplo y consiguió anclar dentro del puerto y las relaciones entre ambos servicios parecían haberse apaciguado, aunque por poco tiempo, apareciendo durante un almuerzo cuando los recientes eventos florecieron y Gálvez enfadado anunció que no necesitaba a la marina. A lo que el capitán de navío Miguel de Alderete, respondió, “el ministro de Marina en Madrid conocerá sus nada respetuosas manifestaciones sobre su servicio hermano”. La convivencia no se restableció verdaderamente hasta la salida de Calvo en el San Ramón hacia La Habana. Fue entonces cuando Riaño empezó  a disfrutar plenamente del buen entendimiento con sus compañeros, los oficiales navales. A medida que el bloqueo al fuerte se estrechaba, el empeño de nuestro héroe como el de todos era la toma de la plaza de Pensacola y con ella la rendición de la Florida Occidental. Con ese objetivo  los marinos abandonaron los buques y saltaron a tierra donde combatieron como un soldado más en la toma del fuerte Jorge punto clave para la toma de Pensacola. Como el objetivo inglés era no dar descanso desde las baterías a la entrada, Riaño en respuesta se aproximó lo más posible a tierra y poder alcanzar desde su balandra la guarnición británica. Las hostilidades eran constantes, llegando los británicos y sus aliados indios a herir al propio Gálvez, quien. provisionalmente fue sustituido por el comandante Ezpeleta quien reaccionando vigorosamente detuvo el duro ataque inglés, haciéndoles retroceder al resguardo del  fuerte Jorge.

En socorro llegó desde La Habana una escuadra con un total de 15 navíos, tres de ellos franceses,  y otras embarcaciones de transporte bajo el mando del almirante José Solano. Por este hecho, el rey concedió a Solano el título de nobleza marqués del Socorro y así quedaba conmemorada su participación en el sitio de Pensacola. A bordo de las naves venia un contingente del ejército de tierra, de más de mil hombres al mando del mariscal de campo Juan Manuel de Cagigal, muchos de ellos eran veteranos del asedio a Gibraltar, a los que se unieron más de 750 hombres de la marina gala, quienes al igual que los españoles sirvieron en tierra. Como se comprueba poco a poco la guarnición británica en Pensacola se encontraba superada por los refuerzos españoles.  Una de sus primeras órdenes encomendadas a Riaño fue el reconocimiento de la zona y sobretodo el reducto de la Media Luna, punto vital inglés por encima del fuerte Jorge y donde sirvió con su unidad de marinos. Del Reducto llegó el asalto final, el 8 de mayo, cuando una granada española alcanzó el almacén de pólvora, pereciendo los hombres de la guarnición británica. Desde esa ventajosa posición pronto alcanzaron los españoles el fuerte Jorge, viéndose obligados los británicos a izar la bandera blanca y solicitar una tregua y su capitulación. La delegación española a la capitulación incluía a Riaño, quien con los ingleses elaboró los términos, gracias a su dominio del inglés. Gálvez en diversas ocasiones ya se había servido de su oficial naval para negociar con los británicos por esa misma razón. El general John Campbell abandonó el fuerte Jorge acompañado por los más de 1.400 hombres a los que se hicieron prisioneros así como al vicealmirante Peter Chester, gobernador y capitán general de la provincia de Florida Occidental. Además cayeron en manos españolas todo el armamento del fuerte. Riaño participó con distinción en esta épica victoria como bien lo describe su hoja de servicios. Con la caída de Pensacola, la costa del norte del golfo de México se vio limpia de la presencia enemiga. Creo que si los británicos no se hubiesen visto obligados a luchar en este frente, dividiendo sus fuerzas, tal vez el éxito de la Revolución Americana no se hubiese producido de forma tan fulminante, “divide y vencerás”.

Como resultado de su extraordinaria participación y brillantes servicios, Riaño  fue ascendido a teniente de navío la semana antes de cumplir los 24 años. Todas estas campañas en el valle y delta del Misisipí, Mobila y Pensacola, fueron vitales para la independencia de los EE.UU. y, donde el marino cántabro siempre mostró valor y destreza. Perdonen me haya extendido algo pero como norteamericano, quiero hacer honor a España por esta parte de la historia de mi país y desgraciadamente tan ignorada - la ayuda española a la independencia norteamericana.

Con la victoria, Riaño regresó a Nueva Orleans y pensó que había llegado el momento de cambiar la guerra por la paz, el amor, y decidió contraer matrimonio con su prometida Victoria de Saint Maxent, una joven criolla nacida en la primavera de 1763 en Nueva Orleans. Con este fin, solicitó a la corona permiso a contraer matrimonio.  El enlace tuvo lugar en mayo de 1781 en la catedral de San Luis de Nueva Orleans, oficiando la ceremonia el fraile Cirilo de Barcelona. El evento resultó un acontecimiento social entre los habitantes, franceses y españoles. Muchos compañeros de armas y veteranos estuvieron presentes, sobretodo sus futuros cuñados, los capitanes en el regimiento Navarra Manuel Flon  (conde de la Cadena) y Joaquín de Osorno.

Permítame, que me extienda un poco en la familia política del ilustre cántabro,. los Saint Maxent. El suegro, Gilberto Antonio, había nacido en Longwy  (Francia) en l727, llegando a la provincia francesa de Luisiana a muy corta edad. Aquí contrajo matrimonio con una rica heredera de Nueva Orleans, Isabel Laroche.  Recuérdese que España con la terminación de la Guerra de los Siete Años en 1763 había recibido la enorme provincia de Luisiana, donde la mayoría de sus habitantes eran de origen francés, siendo la causa por la que cinco años más tarde sus habitantes expulsaran al primer gobernador español de la provincia Antonio de Ulloa,  marino y gran científico. Sin embargo, hubo franceses, entre ellos Saint Maxent, que desde el primer momento respaldó fervorosamente la causa española. Él poseía una gran empresa, Maxent, Lecléde y Cia. dedicada al comercio de pieles en los vastos territorios de los indios. Entre sus logros se encuentra la fundación de San Luis en el curso del Misisipí, enclave importante en la confluencia con el río Misouri y ampliación comercial al oeste. Saint Maxent, así como su yerno, había servido en las batallas del golfo, terminando como coronel de los Reales Ejércitos. Por su lealtad y conocimientos ascendió a teniente gobernador de Asuntos Indios de Luisiana. En ocasiones sirvió en misiones confidenciales como al ser enviado al fuerte inglés en Manchac donde permaneció 42 días como “francés enfadado con España” para realizar un plano del fuerte y detectar su punto débil - las troneras. De allí, que en la toma de este fuerte, el capitán de las milicias blancas de Nueva Orleans, fuese el primero en entrar - por una tronera, seguido de la milicia, sin experimentar baja alguna y obligando su rendición. Su hijo Antonio fue nombrado comandante del fuerte.  

En otra ocasión encontrándose en París en 1782 en relación a su negocio con los indios, participó indirectamente en las conversaciones de paz que allí se llevaban a cabo entre el conde de Aranda por España y John Jay por América, principalmente en las negociaciones sobre los problemas fronterizos y las posesiones indias. La diferencia entre ambos delegados surgió al mostrar cada diplomático su propuesta de demarcación de las posesiones españolas y americanas en el extenso valle del Misisipi; la de Jay, la americana, consistía de una línea que iba desde el nacimiento del río Misisipí hasta Nueva Orleans, despojando a España de la reconquistada Florida, además de hacer saber que ellos no podrían ayudar a los españoles en caso de sublevación. Mientras que la española presentada por Aranda, comenzaba en los Grandes Lagos atravesando el de Michigan y terminando en la punta meridional de Florida, propuesta secundada por un mapa que Saint Maxent había trazado y que él había llevado a París como ayuda en su futuro comercio con las distintas naciones indias, una vez reinase la paz. Por lo expuesto se comprueba que Gilberto Antonio siempre se mantuvo leal a España, a la vez que la corona contó en todo momento con su experiencia. Tras la paz Aranda envió dicho mapa a la corte.

Por su matrimonio Juan Antonio de Riaño llegó a emparentar con personas que ocuparían puestos importantes en la historia española y americana. La hermana mayor de Victoria, Isabel, casó con el gobernador de Luisiana, Luis de Unzaga, quien remplazó a Ulloa y más tarde capitán general de Venezuela y de Cuba, terminando su carrera militar como teniente general en Málaga donde falleció. Otra hermana, Felicitas, casó con Gálvez bajo cuyo mando Riaño libró tantas batallas. Otra, María Ana, contrajo matrimonio con otro compañero de armas, Manuel Flon capitán del regimiento Navarra y más tarde intendente de Puebla de los Angeles en México, donde murió a los pocos meses de Riaño. Cuñadas del Intendente también fueron Josefina y Mercedes, casadas con  Joaquín Osorno y Luis Ferriet (Barón de Ferriet), capitanes del regimiento fijo de Luisiana. Como vemos todos llegaron a ocupar importantes cargos militares o políticos, siendo por si solos merecedores de distintos estudios. Victoria también tuvo tres hermanos Maximiliano, Antonio y Celestino; los tres sirvieron en las contiendas del valle del Misisipí y golfo de México, con cargos importantes al servicio de la corona española. El viejo emigrante Saint Maxent de modesta posición, no imaginaba al llegar a Luisiana su singular destino: un elevado cargo en las armas, prosperidad en los negocios, influencia y amistad con personajes que han jugado papeles de primer orden y como resumen, feliz táctica matrimonial al casar a sus hijas.

Retomando nuestro tema, la intensa vida del Intendente, tras la conquista de la Florida Occidental el destino le deparó un nuevo puesto como jefe piloto en Baliza, plaza importante en el delta del Misisipí, situada en uno de sus múltiples canales de la desembocadura. Mientras ocupó este cargo a menudo acompañó a Gálvez en sus misiones confidenciales en el Caribe, en preparación al asalto franco-español al bastión británico de Jamaica. Invasión que nunca tuvo lugar debido a la derrota de la flota francesa del conde de Grasse por el almirante británico George Rodney, concluyendo con las conversaciones de paz en Paris de 1783.

Al año de terminar el conflicto en el Golfo de México, muere el padre de Riaño y Juan Antonio solicita permiso para regresar a España para cuidar de su anciana madre y atender sus propiedades, teniendo en cuenta que era el único hijo varón y ausente de Liérganes hacía once años. Recibida su concesión marchó a Cuba y de allí embarcó en Santiago rumbo a España, llegando a Cádiz en julio. Durante su estancia en su tierra natal y alegando motivos de salud, pidió la baja del servicio naval al mismo tiempo que solicitaba su incorporación en el ejército de tierra y destinado a América. Gracia que el rey le concedió, enviándolo al servicio del virrey de Nueva España, que no era otro que su viejo compañero y concuñado Bernardo de Gálvez. Con confianza partió para comenzar su carrera dentro del ejército en México. Sin embargo su alegría por estar de nuevo a las órdenes de Gálvez, pronto se tornó en tristeza cuando el virrey falleció en noviembre de 1786. En la ceremonia fúnebre en la iglesia de San Fernando de la capital mexicana ocuparon un lugar prominente dos de los cuñados, Riaño y Flon, ambos sirviendo en México. Gálvez poco antes de fallecer había dejado testamento y un documento donde solicitada que tanto Riaño como sus otros cuñados quedasen en sus respectivos cargos en México.

Al año de este triste suceso familiar y tras crearse en Nueva España las Intendencias, su vida dio un giro cuando recibió la de Valladolid de Michoacán (hoy Morelia). A primeros de l787 llegó a Pátzcuaro en Michoacán y a la semana tomó posesión del cargo de corregidor y primer teniente del gobierno a la vez que fue ascendido a teniente coronel del ejército. En México pasó este ilustre cántabro el resto de su vida al servicio de España, aunque durante esos años y en ausencia, su pueblo natal le elige en l789 mayordomo de la iglesia parroquial de San Pedro Advíncula por su amor a la tierra y prestigio.

Su estancia en Michoacán duró cinco años, siendo pronto ascendido a la intendencia de Guanajuato en virtud de la real cédula de julio de l791 donde tomó posesión de su nuevo empleo en enero siguiente y donde sirvió 18 años. “Riaño fue uno de los intendentes y magistrados más recomendables que ha tenido América”, bellas palabras expresadas por el historiador Carlos María Bustamante de ideas independentistas, defensor del cura Hidalgo. En 1797 ingresó como caballero de la orden militar de Calatrava, titulándose capitán de fragata y teniente coronel graduado de los reales ejércitos, a la par de ocupar el puesto de corregidor e intendente de las armas de la provincia de Guanajuato. Con este motivo se practicaron informaciones en Liérganes, donde se comprobó la nobleza de la familia, y entre las pruebas aducidas apareció que en l787 su hijo primogénito Gilberto Manuel, entonces un niño, había sido electo montañero y alcalde del barrio de la Costera en el ayuntamiento de Liérganes, cargo que sólo se daba a hidalgos. La ceremonia de ingreso en la orden de Calatrava tuvo lugar en septiembre del año siguiente en el convento de San Francisco de Guanajuato, en cuyo expediente de entrada consta como teniente coronel y capitán de fragata. El Intendente Riaño es uno de los pocos oficiales con rango militar en ambos servicios, por ello los documentos relacionados a sus empleos se encuentran no sólo en el Archivo Naval del Viso del Marqués (Ciudad Real), sino también en el Archivo Histórico Militar de Segovia.

Como ya expresé Riaño nunca regresó a España, permaneciendo 23 años en tierras mexicanas. En Santa Fe de Guanajuato donde transcurrió la última parte de su vida, fue muy querido y respetado por su carácter afable, la amenidad de sus muchos conocimientos, a los que unió los de astronomía y matemáticas, propios de su antigua carrera en la mar, como digno miembro de la marina dieciochesca. Recuérdese que la Real Compañía de Guardias Marinos de Cádiz fue una de las instituciones más progresistas de su tiempo, donde la enseñanza era la semilla que posteriormente germinaría en un futuro hijo de la Ilustración. A su saber se unía también el cultivo por la literatura y especialmente las Bellas Artes, gustos éstos que introdujo en Guanajuato. Bajo su influencia se proyectaron bellos edificios, entre los que destaca la alhóndiga, la más hermosa arquitectura, su origen se debía a la hambruna de 1783 que asoló la ciudad y por lo que Riaño pensó construir el “palacio del maíz”. El tener suficiente maíz almacenado fue una de sus mayores preocupaciones pues llegó a pagar a 20 pesos la carga de este cereal aún cuando pedían 10, despertando de ese modo una inopinada abundancia. Otras construcciones suyas fueron la casa del conde de Rul, la iglesia del Carmen y el puente sobre el río Laja en Celaya. También se debe a su quehacer el proyecto y comienzo de la edificación del castillo de Chapultepec en la capital, especialmente el diseño del jardín en honor de Gálvez, donde ayudándose de la vegetación y arbustos se podía reconocer la inscripción Yo Solo. D. Bernardo de Gálvez.. Sus enseñanzas en el trazado y edificación fueron continuadas por célebres arquitectos mexicanos como Francisco Eduardo Tresguerras. Riaño llegó a tomar tal interés en sus proyectos que incluso en algunos casos hasta enseñó el corte de piedra a los canteros, en recuerdo de su origen cántabro.

Fomentó el estudio de los clásicos griegos y españoles y a él se debió la correcta pronunciación y cultivo del castellano que hizo adoptar en Guanajuato, aunque en su casa se hablaba francés, lengua de su esposa, cuya influencia se vio en la introducción de la lengua y literatura francesa, junto con el trato, “fineza”, desconocida hasta entonces en la provincia. En el colegio de los jesuitas implantó el estudio del dibujo, música, matemáticas, física y química, donde puso de profesor a José Antonio Rojas, uno de los primeros seguidores de la enciclopedia en Nueva España y más tarde condenado por el Santo Oficio. La obra social tampoco la descuidó, fomentó la economía y la explotación minera, creando entre los ricos la formación de empresas, para trabajar las minas abandonadas y nuevas. Guanajuato fue una de las regiones más importante y rica de la minería En agricultura fomentó el cultivo de la vid y olivo, estudiando minuciosamente  la tierra y su envejecimiento para un mayor provecho de las cosechas. También se debe a este ilustre cántabro la introducción de la vacuna para combatir las epidemias, especialmente la viruela que se acababa de desarrollar e introducir en las provincias americanas, gracias a Francisco Balmis. La biblioteca de Riaño fue una de las mejores, teniendo cabida libros en el estudio de todas ramas de la ciencia - justo la de un ilustrado, haciendo efectiva la teoría de Jovellanos.

Interesante también son las expediciones científicas que dirigió con diferentes propósitos, expediciones que coinciden en tiempo con la realizada por Alejandro  Malaspina y José Bustamante, otro ilustre marino cántabro, de Ontaneda, donde hace  unos años desvelé una placa, por la Asamblea Amistosa Literaria Jorge Juan. Estas expediciones reflejan el interés de la corona por un mayor conocimiento de la naturaleza y la geografía americana,  indispensable para el saber de las posesiones americanas y en consecuencia poder competir en los mercados de las naciones indígenas e incluso europeos. Curioso es su interés por el estudio de los volcanes, como  el de Jorullo, que permitió a Alejandro von Humboldt acercarse a su apreciación y mereció sus elogios por su labor en Nueva España. La investigación de las aguas termales tampoco le fueron ajenas, quizás estas dos ramas del saber fuesen debido al medio ambiente donde se encontraba, región volcánica y con múltiples manantiales, pudiendo considerar a Riaño un precursor de las ciencias medio-ambientales. Von Humboldt antes de partir de La Coruña en 1799 en su expedición de cinco años en América, visitó en Aranjuez a Felicitas, viuda de Gálvez y antigua Virreina de Nueva España, para conocer sus impresiones sobre México y parece que ella le refirió a su cuñado Riaño, entonces en Guanajuato. 

El 28 de septiembre de l810 moría Riaño junto a su hijo mayor Gilberto Manuel, defendiendo esa misma alhóndiga de Granadita que él con tanto celo dejó construir, testimonio de su buen gobierno y orgullo de la ciudad, contra los 20.000 indios del cura Miguel Hidalgo. Fue Riaño así como su primogénito, teniente del regimiento fijo de México, quien casualmente se hallaba en licencia en casa, de los primeros nombres que trágicamente sonaron en la independencia mexicana. El Intendente Riaño figuró desde un principio de la guerra de independencia como el elemento más leal y españolista, así como su cuñado Flon, oponiéndose a la circular del virrey José Iturrigaray a convocar una junta de los ayuntamientos de Nueva España. Riaño había tenido cierta amistad con Hidalgo con quien comió en alguna ocasión e invitó a su finca Dolores para el mes de septiembre, quizás con el objeto de tenderle un engaño. Cuando en agosto llegó el nuevo virrey Francisco Javier Venegas y al tener conocimiento de la situación del país y sublevación de Hidalgo, dio orden de no confiar. Riaño, al saber de la insurrección no se atrevió atacarle y prefirió defenderse dentro de la alhóndiga, donde refugió la tropa, la gente armada y el dinero, pese a las advertencias del cabildo municipal, que pedían se saliesen del recinto de la alhóndiga, que fatalmente fue su tumba. Su hijo Gilberto Manuel había dirigido apresuradamente la construcción de la fortificación exterior, y a quien parece se le debió la idea del encierro. Riaño estaba persuadido de la inutilidad de la resistencia – solo contaba con 500 hombres y dispuesto al sacrificio, que se consumió pereciendo heroicamente con su hijo. Episodio vivamente descrito por historiadores mexicanos y especialmente por su amigo y admirador Lucas Alamán. El cadáver de Riaño fue enterrado sin honra alguna. Como la familia había quedado en la miseria por el saqueo, Hidalgo ofreció a la esposa de Riaño, Victoria, una barra de plata. Hidalgo parece que lamentó el trágico fin de su “amigo”, pues antes de morir Gilberto Manuel a los pocos días de su padre y gravemente herido, y con el fin de atraérselo le ofreció un alto grado, que él rechazó.

En 1811 se efectuó una suscripción para socorrer a las familias de las víctimas españolas más distinguidas y de los cincuenta mil pesos recogidos se dieron dos mil para Victoria, viuda de Riaño, y seis mil para su hermana María Ana, viuda de Flon. Además el virrey Venegas otorgó una pensión vitalicia de mil pesos a cada una de las hermanas Saint Maxent.

En México el matrimonio Juan Antonio y Victoria tuvieron los siguientes hijos:  Gilberto Manuel, quien como acabo de decir falleció junto a su padre, y quien en la defensa de la alhóndiga convirtió en granadas frascos de azogue lanzándolos en vano; Honorato, casado con su sobrina Victoria Septién y también sin descendencia; Rosa, quien casó con José Miguel Septién, pudiente familia, quienes desde mediados del siglo XVIII eran de los más ricos comerciantes y financieros de Guanajuato; Gil, quien en 1812 cayó en la independencia mexicana; como su padre y hermano mayor; Celestino, para quien su madre solicitó aumento de su pensión y se le continuase a su muerte debido a su discapacidad para obtener su subsistencia; y el benjamín Tomás, para quien su madre solicitó un puesto en la península.

Después del triste fallecimiento del Intendente, Victoria se trasladó a la ciudad de México y con la pérdida de su hijo Gil, pidió al virrey Venegas licencia para ir a Pensacola acompañada por varios familiares, viaje que parece no efectuó, falleciendo en la ciudad de México en septiembre de 1844 con más de ochenta años, siendo enterrada en el Panteón de Los Ángeles de la capital.

El Intendente Riaño bien puede considerarse un ilustrado de su tiempo, trasladó a tierras americanas los apasionados intentos de modernización de una sociedad que en España se vivían tras su amarga decadencia durante el siglo anterior. Todo esto pudo llevarlo acabo al abandonar las operaciones del golfo de México y ocupar el cargo de Intendente asentado en tierras mexicanas, disfrutando de una relativa tranquilidad y continuidad después de su agitada vida militar. Eran los años cuando comenzaban a florecer las Sociedades Económicas en Ultramar a semejanza de las peninsulares, como fueron las fundadas Sociedades de Cuba, México en 1799, Filipinas y otras ciudades de Hispanoamérica. Gracias a la conducta de Riaño, Guanajuato fue uno de los pocos lugares en los que no existió la rivalidad entre la gente principal peninsulares (“gachupines”) y mexicanos. Riaño reunió a su sabiduría una rectitud a toda prueba donde nunca entró el oro corruptor ni hizo bajar el fiel de la justicia. El Intendente Riaño vio y criticó en la distancia americana a toda Europa y previó la suerte de este continente, asemejándose a la idea del conde de Aranda. Con los años creo que este ilustre montañés hubiese alcanzado un gran puesto en la administración. Él amaba a los americanos porque conocía sus derechos ajustándose a los principios de la guerra.

El cambio de dinastía había traído a España aires renovadores que intentaban colocar la nación a la hora europea. Se iniciaron reformas animadas por el ideario progresista de la Ilustración en organizaciones políticas, con las audiencias, intendencias, corregimientos como era el caso en América; en la cultura el estudio de su amplio abanico de saber y en la estructura de la sociedad, dando comienzo a un fructífero período regenerador que él puso en práctica durante su estancia en México. Este proyecto innovador creció de manera ostensible durante los reinados de Fernando VI y en particular en el de Carlos III que fue el más netamente progresista, es a este monarca a quien se deben las principales expediciones científicas, semilla de los muchos museos españoles y Reales Academias. En este marco se desarrolló la vida del Intendente -un detallado estudio de su quehacer histórico refleja las inquietudes intelectuales y hacer útil al servicio de la patria, para evitar que se cayera en el ocio inoportuno. Intereses de acuerdo con uno de los primeros artículos de los estatutos de las sociedades económicas que señalaban como el propósito básico de la institución, el de cultivar la inclinación y gusto de la sociedad hacia las ciencias, bellas artes, el saber en su totalidad.

Finalmente, este ilustre cántabro, el Intendente Juan Antonio de Riaño, es merecedor de un especial reconocimiento, para que sus hechos no caigan aún más en el olvido o se vean ensombrecidos.  En este tiempo de celebraciones y en especial en este año 2010, cuando se conmemora su bicentenario, me ha sido muy grato el haberme dado la oportunidad de poder participar en su homenaje y especialmente en su entorno. Como balance de los progresos en la hora de la Ilustración española se debe recordar al Intendente Riaño no sólo por su valerosa aportación militar que contribuyó con éxito a la independencia de los Estados Unidos, sino más tarde en México por sus ideas y logros progresistas, además de recordarle a él y su hijo como de los primeros españoles, fallecidos en la guerra de independencia de Hispanoamérica,  cuyas independencias se conmemoran también este año 2010.

Quizás fue excesivo el crédito recibido por Gálvez en la contienda norteamericana con el lema YO SOLO al cruzar la entrada a la bahía de Pensacola; el lema YO SOLO, ACOMPAÑADO POR MI CUÑADO se hubiese ajustado más a la realidad.

Por todo lo anteriormente expuesto, ha sido para mí, como historiador, un honor poder esclarecer un poco más la vida de este prestigioso cántabro, que muy bien engrosa la lista de Ilustrados de la época y cuya estela aún alumbra en tierras americanas.

 

Eric Beerman - Historiador

Conferencia pronunciada el Museo de Cañones de La Cavada con motivo de su bicentenario, en Agosto de 2010