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Biblioteca Menéndez
Pelayo
(Santander) |
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A lo largo del siglo XX
Cantabria conoce un fuerte desarrollo de la arquitectura
y las artes plásticas, destacando numerosos artistas
regionales que alcanzan fama nacional e internacional. Cantabria
no permanece ajena a la confrontación que la
arquitectura contemporánea vive entre ideales
artísticos y realidad social. La necesidad de dar
respuesta a las preocupaciones higiénicas, la búsqueda
del confort o el crecimiento demográfico marca la
evolución de la arquitectura, que tratará de presentar
soluciones cada vez más válidas. Por otro lado la
internacionalización de la cultura arquitectónica, a
través de ferias, publicaciones y exposiciones, hace que
Cantabria deje de ser un núcleo secundario en el
panorama nacional, manteniéndose en contacto con las
últimas tendencias.
Comenzando el siglo XX algunos arquitectos, como
Valentín Casalís (palacio de los Pinares, en
Santander), o Javier González Riancho (casa de Don Adolfo Pardo, en Santander)
se adhieren a la búsqueda de una arquitectura nacional
española. A principios del siglo XX Leonardo Rucabado
populariza la arquitectura regionalista montañesa,
determinada por la evocación historicista de la
arquitectura montañesa de los siglos XVI, XVII y XVIII.
Rucabado realiza en Santander
destacadas obras, como la Biblioteca
y Museo Menéndez Pelayo, la Casuca y el Solaruco. Esta tendencia es
seguida posteriormente por diferentes arquitectos
nacionales y regionales (oficina
central de Correos de Santander, Secundino Zuazo y
Eugenio Fernández Quintanilla).
A partir de 1925 comienza a rechazarse la tradición
clásica y regionalista, aceptando toda un amalgama de
influencias internacionales derivadas, tanto de una
concepción arquitectónica basada en la razón
(racionalismo, constructivismo y neopositivismo), como de
corrientes más utópicas (futurismo y expresionismo). La
mejor arquitectura realizada en Cantabria en este
período surge de la conjunción de ambas tendencias,
como puede comprobarse en las obras que construyen en Santander
José Enrique Marrero (edificio
Siboney), Gónzalo Bringas (Club Marítimo) y Eugenio
Fernández Quintanilla (teatro María Lisarda, actual
cine Coliseum).
Finalizada la Guerra Civil la arquitectura se impregna
de un cierto tradicionalismo, fomentando la preferencia
por los materiales, técnicas y temas nacionales. Ejemplo
de esta tendencia lo constituye el urbanismo
grandilocuente (calle Isabel II, Lealtad) y los intentos
de monumentalización (Estaciones
Centralizadas, Plaza Porticada) utilizados en la
reconstrucción de Santander
tras el incendio de 1941. Sin embargo algunos arquitectos
como Luis Moya, desde la tradición, buscan soluciones
más modernas para sus obras (iglesia
de la Virgen Grande, en Torrelavega). Paulatinamente
va produciéndose una renovación arquitectónica que
llega, unas veces por la influencia del
"regionalismo crítico" (Casa
Olano, La Rabia, Comillas),
otras de la mano de soluciones organicistas o de la
definición de una nueva espacialidad, con la
utilización de nuevos materiales, como el hormigón o el
cristal.
A partir de los años setenta la arquitectura
realizada en Cantabria se integra en el panorama
internacional, caracterizado hasta la actualidad por una
total diversidad. Algunas construcciones recientes, como
el Palacio de Festivales, en Santander,
ponen de manifiesto la reivindicación de una
arquitectura posmoderna. Por otro lado diversos
arquitectos prefieren recuperar las ideas del Movimiento
Moderno (Casa de la Lluvia, en
Liérganes, Juan Navarro Baldeweg).
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