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Escultura Funeraria
Pintura del Renacimiento y del Barroco
 
La escultura funeraria.  
    Sepulcro de Don Antonio del Corro
(San Vicente de la Barquera)
  Durante la Edad Moderna la escultura funeraria alcanza una gran importancia. Se construyen capillas privadas en el interior de iglesias y ermitas, disponiéndose en ellas los sepulcros de grandes personajes. En el Renacimiento pervive la imagen yacente de difunto, heredada del tardogótico. Pero ahora el tratamiento es más naturalista, llegando a crearse auténticos retratos. Esto aparece ya en los sepulcros de Don Antonio del Corro, en la parroquial de San Vicente de la Barquera y de Don Fernando de Palacios, en Limpias.

En los siglos XVII y XVIII el difunto aparece en actitud orante ante un reclinatorio, ataviado como corresponde a su categoría social. Esta tipología se toma de los sepulcros manieristas reales que Pompeyo Leoni realizó en El Escorial. Los eclesiásticos y nobles de Cantabria adoptaron este modelo, imitando a la realeza, acentuando de este modo su preeminencia social, como puede verse en el sepulcro de Don Alonso de Camino, en el convento de San Idelfonso en Ajo. La evolución de la moda puede apreciarse en el sepulcro de Don Felipe Vélez Cachupín, en Laredo, donde aparece ya con la casaca típica del siglo XVIII. Merece destacarse el cenotafio del Arzobispo Don Francisco de Otero y Cossío, en la Capilla del Lignum Crucis, por su rico efecto barroco.

 
   
 
Escultura funeraria de Don Francisco de Otero y Cossío
(Santo Toribio de Liébana)
 
   
   
   
   
                                                                           
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