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Retablo mayor de la
parroquial de Arnuero |
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Cantabria cuenta en el
interior de sus iglesias y santuarios con un abundante
conjunto de retablos, tanto renacentistas como barrocos.
La evolución de este arte es similar al de otras
provincias aunque, a menudo, con una cronología más
tardía. En época renacentista se realizaron algunas
obras platerescas de gran riqueza ornamental, como el retablo mayor de la parroquial de
Arnuero, difundiéndose después el tipo romanista.
El desarrollo de esta tipología coincide con el inicio
de la religiosidad contrarreformista, lo que influyó en
la sobriedad de las trazas, que recuerdan los modelos
vignolescos, y en la severidad de las esculturas
grandilocuentes, destacando los retablos de Guriezo y
Cicero. En estos momentos surgen los talleres de Limpias,
Cudeyo, Casar de Periedo y Siete Villas que trabajaron
también fuera de la región. Desde la segunda mitad del
siglo XVII hasta el fin del XVIII se suceden las
distintas modalidades del retablo barroco. A partir de
este momento el retablo va perdiendo su carácter
didáctico y narrativo, respondiendo a las premisas
eucarísticas contrarreformistas, centrándose el
interés en el tabernáculo-sagrario que puede
presentarse ya exento, como en el retablo del convento de
San Francisco, en Laredo.
En plena fase del Barroco más ornamentado se levantan en
Cantabria algunos de los más interesantes conjuntos
escultóricos del Norte de España, como son los del Santuario de la Bien Aparecida y
de la iglesia de Las Caldas de Besaya. A partir de la
segunda mitad del siglo XVIII el Barroco se atempera,
como demuestra por ejemplo el retablo
mayor de la iglesia de San Pedro Limpias. |
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